Artículo publicado en Mundo Clásico el martes 29 de agosto de 2017
Éxito de la Camerata Coral de la Universidad de Cantabria en el FIS 2017
Dos días antes del estreno de La isla desolada se juntaban por primera vez todos los desorientados elementos que se encargarían del alzado final del proyecto que comenzó cuando el polifacético Luciano González Sarmiento esbozaba sus impresiones sobre la vida y la muerte. Cuando digo desorientados elementos no me refiero en ningún término a su calidad artística, ya que, salvo algún resbalón fue muy buena, sino de la desolación a la que tuvieron que enfrentarse en el estudio personal de la desconcertante partitura. La cantata, escrita en el transcurso de un año, consta de cuatro episodios mas un anexo: La sombra de los recuerdos, Aquelarre, El tiempo y la memoria, La soledad violada y El mar y las Nereidas. «La isla desolada es una descripción del hombre en su ocaso, abocado a vivir en la soledad de una isla desolada, donde se enfrenta al agónico dilema entre la vida y la muerte, dilema resuelto por la vivencia amorosa reconstruida en el mar de las Nereidas» proclama el programa de mano.
Aquel pues, era el día en el que se ensamblaban las particellas para que cada elemento pudiera respirar algo más de calma al notar puntos en común donde poder apoyarse y poder moverse con más comprensión por la obra y así, defender su papel. El proceso pasó por un monumental acto de fé hacia José Ramón Encinar, que fue el encargado de tan laborioso bordado. El Maestro Encinar, que goza de agilidad mental y una agudeza auditiva y sensorial muy claras, había hecho un profundo estudio, tanto de la partitura general como del libreto y en tan sólo dos días, sacó trazos y colores de una partitura que nunca antes había sido escuchada. Excelente trabajo, porque en un plazo muy corto consiguió ubicar física y emocionalmente a todo el complejo, que consistía en dos pianistas, dos percusionistas, dos solistas vocales y un coro mixto.
Estreno de La isla desolada © 2017 by Javier Cotera
La Sala Argenta del Palacio de festivales de Santander, obra de Francisco Javier Sáenz de Oiza, cuenta con 1670 butacas, la mitad de las cuales fueron cerradas para agrupar en las butacas que rodean al palco de autoridades a los numerosos invitados y al público más fidelizado del FIS. Desde antes de comenzar el concierto, en el fondo del escenario lucía el logotipo de la Fundación Botín que, durante el transcurso de la obra, sería invisibilizado por la proyección de una calavera debajo de la cuál, durante el tercer número, pasaría muy despacio una sombra vibrante, evocando la tenebrosidad de la vida en la isla.
Comienzan en fortíssimo todos los instrumentos el primer número La sombra de los recuerdos para dar paso al coro, que clama «Aquella isla sumergida en viento». La onomatopeya es producida por los timbales y el vaivén de las olas reflejado por la marimba, que arropan la entrada del actor Manuel Galiana en su papel de recitador, integrando gran parte del texto durante la obra; se daba salida a la amplia cantidad de texto, que destilaba pinceladas de fangosidad y pesadumbre.
Con esbozos selváticos de las congas y estas palabras, se inicia el segundo movimiento: «La desventura me adentró en el bosque/por la caleta donde el agua permite el escarceo/a hurtadillas entre su ramaje,/sufriendo la fatiga de mi cuerpo estéril/bajo la losa del desaliento». Las voces del coro aullan como brujas en un aquelarre mientras el recitador, con un problema de distorsión del equipo de sonido, suscribiendo el título, nos denota «Aquelarre en alud desenfrenado/de espectros en manada,/esfinges funerarias con los ojos/fuera de las órbitas.» El papel de Crepúsculo está encarnado en el tenor Eduardo Santamaría que con su voz eléctrica, afinación limpia y finales muy vibrados y agitados nos proclamaba cuán desdichada era su suerte en medio de la Isla Desolada, dio la sensación épica que requería pero aun así, se echó de menos algo más de adaptación expresiva a los adjetivos del texto. Cerrando el capítulo y ante un insistente sonido del plato nos encontramos con un complicado diálogo de los pianistas, Gustavo Díaz-Jeréz y Javier Negrín, que desempeñaron un estupendo papel durante toda la obra, con gran calidad sonora y versatilidad de sensaciones.
José Ramón Encinar, Javier Negrín, Manuel Galiana, Luciano González Sarmiento, Raúl Suárez y Tomás Marco
© 2017 by Javier Cotera
Al comienzo del tercer número las cajas sincronizan perfectamente la nueva entrada del Narrador: «Desde la vaguada, las ninfas/en tribales ritos festejan/la llegada inminente del amante/con el que procrear la noche entera». el papel de los percusionistas, si bien pasó por complicados momentos dado lo arriesgado de la partitura, fue muy bien defendido tanto por Antonio Domingo como por Pedro Terán; la percusión quedaba completamente desnuda en innumerables momentos y tenía que ser sutil para no estar en primer plano de la música, ya que en muchos momentos tenía la función de acompañar. Así que ambos fueron capaces de jugar con los planos para generar sensación de relieve. Los cuerpos de percusión contaban con muchos instrumentos, entre los que estaban un juego de timbales completo, una marimba grande, glockspiel, campanas, látigo, slide whistle, tom toms, crótalos entre ellos y se encargaron de enriquecer tímbricamente la obra. Termina el movimiento dejándonos escuchar al piano en su fragmento más lírico y expresivo dando paso al último movimiento, propiamente, de la obra.
El maestro, consciente del entumecimiento muscular de los integrantes del coro, deja que reposen sus piernas durante unos instantes antes de volver a levantarlos para atacar la fase final de la obra. En este movimiento, especialmente vamos a encontrarnos la eliminación del acento de varias esdrújulas para poner el texto al servicio de la música. La Sombra, la otra voz solista, toma voz grave de mujer; Marina Rodríguez Cusí es la elegida para encargarse de un papel que requería de sabiduría, templanza y sosiego. Su cálido canto, expresaba muy bien las emociones que la sombra iba transmitiendo, llegando a un dúo muy interesante y tenso en el quinto movimiento, que acaba con la sensación de un segundo final que Tomás Marco supo encontrar a la obra.
La variedad de sonoridades y texturas pensadas para los instrumentos, unidas a la gran cantidad de instrumentos de percusión, las características expresivas del coro, sus armonizaciones y opciones expresivas, pasaban de unísonos, quintas y cuartas, armonías muy diversas y, un sinfín de timbres que hacían que, aunque la partitura fuera extensa, se hiciera entretenida
La Camerata Coral de la Universidad de Cantabria, cuyo papel fue decisivo para la comprensión musical, tanto técnica como musicalmente, fue el más aplaudido de la noche; las voces se proyectaban bien impostadas y afinadas aun con dificultades como batidos por frecuencias colindantes o pasajes a capella que lo podían haber dejado al descubierto en la entrada de los instrumentos de sonido determinado. Horizontalmente, el fraseo se sincronizaba con lo que el discurso musical requería, destacando los cuidados finales de frase, en los que, intencionadamente, las voces se apoyaban en fracciones fuertes y liberaban tensión en las débiles. No es fácil ver resultados profesionales en un coro que, aparte de ser amateur, ha tenido tan sólo tres meses para montar toda la obra despuçes de realizar la grabación de la Misa en si menor de Johann Sebastian Bach.
La misma mañana del estreno formó parte de la grabación para que la isla desolada nunca cayera en el olvido. Así pues, brilló desde su entrada hasta el momento en el que se disuelve la obra en un calando moltissimo que precede a un forte electrizante con el final del texto, que manifiesta «Cuántas veces el tiempo predice/lo que la razón desoye/lo que la razón desoye…»
Artículo publicado en Gente Digital la semana del 21 al 27 de abril de 2017
Interpretación impecable de una obra cumbre de BACH
GIUSEPPE FIORENTINO
Musicólogo y Profesor de la Universidad de Cantabria
El sábado día 8 de abril, dentro de la Temporada 2017 del Palacio de Festivales, se interpretó una de las obras más complejas y profundas de toda la historia de la música occidental: la Misa en Si menor de Johann Sebastian Bach (1685-1750).
Desde el primer estremecedor acorde de Si menor del “Kyrie” inicial, hasta el último liberatorio acorde de Re mayor del “Dona nobis pacem”, y a lo largo de las dos horas de duración de la obra, el público de la Sala Argenta contuvo el aliento en una actitud de profunda atención, casi más propia de una función litúrgica que de un concierto público, saludando el final de la misa con un largo y caluroso aplauso. La interpretación fue impecable y todos los músicos estuvieron a la altura de la obra cumbre de Bach.
El director Oscar Gershensohn hizo una labor magnífica a la hora de interpretar los números estilísticamente tan variados de esta misa, confiriendo claridad a los más complejos entramados polifónicos de los movimientos corales y resaltando los “afectos” de las arias con solistas: porque la Misa en Si menor de Bach no es simplemente una obra increíblemente compleja desde el punto de vista técnico, sino que requiere un esfuerzo interpretativo importante para descifrar y presentar al público los contenidos emocionales del texto litúrgico que Bach tradujo en música. En este sentido, uno de los momentos más altos de la dirección de Gershensohn fue en la interpretación de los tres movimientos centrales del Credo, “Et incarnatus”, “Crucifixus”, “Et resurrexit”, en los que Bach traduce en música el asombro del misterio de la encarnación, el dolor físico y espiritual de la crucifixión y el júbilo glorioso de la resurrección: expresiones de la espiritualidad humana que van más allá de las confesiones religiosas, Católica o Luterana, convirtiéndose en símbolos musicales de arquetipos universales. Los instrumentistas de la Academia de Música Antigua de Cantabria, especializada en la interpretación historicista de música antigua y que está llevando a cabo proyectos musicales muy importantes y de altísima calidad, actuaron de manera impecable: desde la sección del Contínuo hasta los solistas, que en algunos casos sorprendieron por la calidad expresiva e interpretativa de sus intervenciones “obligadas” en las arias, como fueron, por ejemplo, las del flautista Frank Theuns en el “Benedictus” y la del violinista Heriberto Delgado en el “Laudamus te”. Los cantantes solistas supieron interpretar con carácter, rigor y expresividad las arias y dúos de la misa. La soprano Inma Férez sorprendió por su voz expresiva y potente mientras la soprano Manon Chauvin destacó por su elegancia y agilidad; la mezzosoprano Marta Infante nos regaló uno de los momentos más emotivos con su “Agnus Dei”; magníficas también las interpretaciones del Ariel Hernández (tenor) y Enrique Sánchez (barítono).
Raúl Suárez y la Camerata Coral de la Universidad de Cantabria consiguieron otra vez asombrarnos por la altísima calidad de su trabajo: se trata de un coro amateur, que suena como un coro profesional, capaz de abarcar un repertorio muy dispar desde el Renacimiento hasta el siglo XXI y que se reveló particularmente apto para interpretar las densas polifonías de la Misa de Bach. Las líneas melódicas del entramado polifónico resultaron claras en cada momento a pesar de la particular dificultad de algunos números y de las diferentes configuraciones requeridas al coro (a cuatro, cinco, seis partes, hasta las ocho partes divididas en doble coro del “Osanna in excelsis”).
(Gente, 10 de Abril de 2017)